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Somos religiosos misioneros y vivimos en comunidad los consejos evangélicos. Siguiendo el ejemplo de Cristo y de nuestro padre espiritual (el Abad Francisco Pfanner), extendemos la mano con amistad, amor y gozo a la gente a la que somos enviados, y, haciéndolo así, damos testimonio de la fuerza unificadora del Evangelio.

 

Nuestra espiritualidad se alimenta del mismo Espíritu que animó la vida y el trabajo del Abad Francisco durante el proceso de la fundación y desarrollo de Mariannhill. La oración y la Eucaristía fueron momentos de encuentro cercano con Dios. En su devoción a María y su veneración al Sagrado Corazón, la Preciosa Sangre y el Camino de la Cruz, el Abad Francisco encontró luz y fuerza.

 

La espiritualidad del Abad Francisco ha dejado su marca en nuestro propio modo de vida. Mariannhill está arraigado en su respuesta espontánea y generosa a la llamada completamente inesperada de ir a África, recibida en Sept-Fons. Sus palabras, "Si nadie va, yo iré", plantean un desafío constante a nuestra propia disponibilidad a las mociones del Espíritu Santo y al mandato confiado a  nuestra Congregación.

Visto desde la perspectiva de la fe, su fuerte personalidad, su inmensa energía, su vitalidad y espíritu de aventura hacen de él un religioso urgido por una urgencia y celo misioneros. Él dijo: "Nuestro campo de misión es una parte del Reino de Cristo y éste no tiene fronteras". El Abad Francisco era un hombre inflamado en ardor por aquel Reino. Es el mismo fuego que inflama nuestros corazones en pasión por el Reino.

 

Francisco Pfanner era un hombre que aunaba coraje con perseverancia. No permitió que las dificultades lo desalentaran. Fue capaz de distinguir lo esencial de lo accidental. Hombre de su tiempo, había desarrollado un sentido penetrante para ver los retos como oportunidades que necesitaban ser capturadas. Se arriesgó por el bien del Reino de Dios y se dedicó completamente a ello, abrazando la Cruz, especialmente durante los últimos años de su vida en Emaús. Un patrimonio precioso que hemos recibido de él es este ejemplo de total entrega, a cualquier precio, en pruebas y duro trabajo.

 

El modo de vida y la espiritualidad de los Trapenses en Mariannhill también han dejado su marca en nuestra Congregación. Reconocemos los valores de la rica herencia benedictina en nuestras Constituciones y en nuestro modo de vida. Por ejemplo, el enfoque sobre la persona humana en su conjunto, y la evangelización de la sociedad y la cultura a través del cultivo del suelo y la mente. Otro de los valores es la comunidad, firmemente asentada en la oración y el trabajo, como centro de la irradiación misionera. La extensión misionera es emprendida como un esfuerzo de comunidad. La comunidad es, por tanto, no sólo una forma de vida, sino también un modo de evangelizar a los otros y de ser evangelizados nosotros mismos.

 

Consideramos no sólo nuestras comunidades locales, sino también nuestra Congregación mundial como una familia en la cual compartimos nuestras vidas, nuestros talentos y nuestros recursos. Por esta razón, estamos disponibles para servir en cualquier parte adonde seamos enviados. Como miembros de esta familia, no preguntamos por lo que podemos sacar de ella, sino lo que podemos contribuir a su bienestar. Parte de esto es la dedicación de cada hermano a una jornada laboral honesta, de una manera responsable, creativa y transparente. Como miembros de esta familia, también nos acogemos mutuamente en cualquier herida, con el perdón y la compasión.

 

 

Como Misioneros de Mariannhill, somos una familia que vive, reza y trabaja unida. En cualquier parte donde estemos, vivimos juntos, como una comunidad, con independencia de nuestros orígenes; estamos en casa. Este sentido de pertinencia nos permite extender la mano con la hospitalidad, lo que en sí mismo es un modo de evangelizar.  

 

La antigua divisa "Ora et Labora" no sólo es mostrada en la puerta de entrada al Monasterio en Mariannhill, sino que esta integración de oración y trabajo es un principio rector para nosotros. Él nos anima a ser trabajadores que oran y adoradores que trabajan -misioneros contemplativos-. Esta unión de oración y trabajo está en el corazón de nuestra herencia. Es, de hecho, el patrimonio más preciado de Mariannhill.

 

María es nuestra patrona e intercesora ante Dios. Ella presentó a Cristo como Luz de las Naciones, un misterio que celebramos el 2 de Febrero, solemnidad de la Presentación del Señor, fiesta principal de nuestra Congregación; también celebramos a María, como nuestra Patrona el 8 de Septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María. Fue a María y a su madre, Santa  Ana, que el Abad Francisco Pfanner dedicó su fundación ("Mary-Ann-Hill” – “La colina de María y de Ana"). De aquí procede nuestro nombre: los Misioneros de Mariannhill.

        Congregación de los Misioneros de Mariannhill

    "Mejores campos, casas, corazones"